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Piñatas

La temporada de ciclones es hermosa, aunque inquietante, claro está. Este verano decidí suplantar al hombre del tiempo y volteé el croma hasta que se llenó el cielo de piñatas. Ahora está precioso: son piñatas inofensivas, aunque algunos se espantan y alegan que mi cielo está preñado de nubarrones. En fin, cuestiones de familia... Las piñatas de mi mapa isobárico son como globos sorpresa esperando que me plante debajo y los reviente de un cañazo. Ya he abierto varias: alguna me bañó de serpentinas relucientes y de ricos dulces; otras hicieron mucho ruido pero estaban vacías, como ojo de tuerto. Las piñatas huecas me agarran una pena amarga en el estómago y ahora me da miedo reventar esas tres tan hermosas que han brotado esta semana... Oh, sí, soportaría que también fuesen vacuas y disfrutaré, de todos modos, de mi paseo por las nubes; sin embargo la temporada de ciclones no es asunto de broma y el agua es bendita en la tierra de los corazones. Deseo que una de mis piñatas descargue u

Intrusos

Cojo una pala del garaje. Está manchada de sangre, mucha sangre fresca. Ignoro de quién será, pero me da igual. Corro al jardín trasero. Hay diez o quince cajas desparramadas por el césped, rotas. Envases de pasta fresca se desbordan de los cartones despanzurrados . ¿Pero qué ha sucedido aquí? Continúo a toda prisa y llego hasta la portezuela. Veo tres candados gruesos. Tendré que emplearme a fondo. Golpeo los candados con todas mis fuerzas, repetidamente. A veces saltan chispas de la pala. - ¡Aléjate, Antonella, aléjate de la trampilla!- grito entre jadeos. Sé que mi mujer está adentro, viva. Dios, pero ¿quién la ha encerrado ahí abajo? ¿De dónde ha salido toda esa pasta? ¿Qué significa esto ? Todo es tan extraño que desconfío de que haya terminado. Un presentimiento me apremia, como una bomba de relojería que continúa su cuenta atrás, escondida. Golpeo con rabia, y pienso en la llamada: salí a ver a una paciente en su casa, el teléfono sonó hace apenas veinte minutos. ¿Cuánto tiempo

Bueyes y cohetes

Emerson trabajó duro aquellos meses, más duro de lo que él había imaginado. Es difícil cambiar tu trabajo como mecánico de naves espaciales en la NASA por la vida de arriero de bueyes en una granja de Kentucky. Es casi como cambiarte de sexo, o casarte con tu hermana ex-monja. Pero Emerson es un tipo tenaz, y él lo hizo. Las primeras semanas apenas dormía; lo encontrábamos despierto antes del alba, montando guardia en la puerta del establo, observando las estrellas. Después fue asumiendo lo más arduo, que no es otra cosa que la lentitud. La lentitud de los bueyes hace que hasta la más pequeña célula de tu cuerpo piense como los bueyes. Al principio, a Emerson le pasaba factura la incercia de los cohetes, la resaca de la velocidad. Desde el segundo mes, comenzó a integrarse en el ritmo de la granja y le vimos comiendo maíz muchas veces. Y parecía que todo estaba ya en su sitio cuando, un mal día, de repente desapareció sin dejar rastro. No sabemos nada de él; tampoco tenemos señas ni d

Queridos Reyes Magos

Queridos Reyes Magos: el año pasado vuestro paquete no llegó. Anduve preguntando por todas partes: se ve que hubo un enorme colapso con el servicio nacional de correos debido a una grave crisis económica provocada por la especulación. Esto desencadenó una huelga general. Varios camiones postales fueron incendiados y se perdió la mercancía. Por más que indagué, solamente conseguí averiguar que quebraron tres grandes bancos y un centenar de empresas, entre ellas varias subcontratas de mensajería. Una de éstas, estamos seguros, transportaba vuestros paquetes. Hay miles de niños afectados. Os escribo en mi nombre y en el de todos ellos para transmitiros tranquilidad y confianza: garantizamos que este año estará todo en orden. Los niños hemos crecido a conciencia y estamos preparados: ocuparemos posiciones estratégicas para vigilar la fluidez del transporte en las carreteras principales y en los puntos logísticos clave. Podéis enviar los paquetes con toda seguridad. Esperamos que entendáis

Al año justo

Mientras friegan los platos juntos, los escucho acordar cómo y cuándo se morirán. Parece que les da una tranquilidad sonriente esa ilusión de elegir la muerte. No bromean: están de acuerdo en que primero morirá doña Agripina, que ahora tiene 73 años y hace las mejores albóndigas del mundo. Ella contraerá una enfermedad grave, suponen, y entonces don Samuel la cuidará noche y día, hasta el último suspiro. Don Samuel pasa los 74 años y es un as del dominó: pero después del entierro, asegura que abandonará su partida en el club y caerá en una tristeza terrible. Dice que morirá acostado en su cama, el día del primer aniversario del fallecimiento de su esposa, al año justo. Dicho esto, don Samuel sonríe satisfecho, y besa a su mujer en la mejilla. Ella también sonríe, pero no esconde su preocupación: ¿Cómo se las apañará solo un año entero? Doña Agripina resuelve que le dejará albóndigas congeladas para una temporada. Así se morirá más tranquila.

Cientos de botellas

He despertado helada de frío y en alerta. Me incorporo a medias y lanzo una mirada frugal entre los visillos: amanece, el cielo se retuerce plomizo e inquieto. Estaba soñando con una playa salpicada de cientos de botellas, cada una con un mensaje en su interior. Había unos pescadores también, que bogaban desesperados contra la corriente rabiosa. Eran seis. Sin calzarme siquiera, en camisón, salgo aprisa de la cabaña. Tan sólo reparo en la bruma, y la aparto con un aspaviento. Camino sobre la arena hasta llegar a la línea de espuma. Oteo mi playa y la línea del horizonte sin éxito: no hay pescadores ni frascos a la vista. Únicamente llama mi atención un halo celeste que envuelve todo hoy. ¿Desde cuando está ahí? Lo sigo con la mirada un buen rato, hasta donde alcanzo, hasta donde alcanza mi mundo... Entonces noto cómo atravieso una delgada película de luz y caigo en la cuenta: mi mundo, mi vida entera está dentro de una gigantesca botella de cristal azul, que flota en el universo. Y, po

Carta para Beatrice (IV)

diciembre, 2005 querida Beatrice: cuando guardé estas letras bajo la tapa de mi portátil se deslizaba por el calendario un mes llamado septiembre lleno de cumpleaños. No tengo ni idea de por qué escribí esta carta con el ordenador: es la primera vez que hago algo semejante. Ahora ha comenzado diciembre y no hace frío. Lloro mucho menos por dentro y por fuera, así que algunas de mis estatuas de sal se mantienen en pie a pesar del fuerte cierzo. cambié de trabajo, decidí jugar todas las cartas porque con aquella mano de cuatros y seises no había quien ganara una sola partida. Me preocupan las cartas, siempre hay tramposos, y carteros que no son tu madre... Paradójicamente, el invierno es la temporada en que menos temo por las flores de mi jardín: debe ser porque tengo el invierno como el pie, cambiado con mi antípoda. Eso tiene sentido. (...)