Intrusos
Cojo una pala del garaje. Está manchada de sangre, mucha sangre fresca. Ignoro de quién será, pero me da igual. Corro al jardín trasero. Hay diez o quince cajas desparramadas por el césped, rotas. Envases de pasta fresca se desbordan de los cartones despanzurrados . ¿Pero qué ha sucedido aquí? Continúo a toda prisa y llego hasta la portezuela. Veo tres candados gruesos. Tendré que emplearme a fondo. Golpeo los candados con todas mis fuerzas, repetidamente. A veces saltan chispas de la pala. - ¡Aléjate, Antonella, aléjate de la trampilla!- grito entre jadeos. Sé que mi mujer está adentro, viva. Dios, pero ¿quién la ha encerrado ahí abajo? ¿De dónde ha salido toda esa pasta? ¿Qué significa esto ? Todo es tan extraño que desconfío de que haya terminado. Un presentimiento me apremia, como una bomba de relojería que continúa su cuenta atrás, escondida. Golpeo con rabia, y pienso en la llamada: salí a ver a una paciente en su casa, el teléfono sonó hace apenas veinte minutos. ¿Cuánto tiempo