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Mónadas

Amar es encontrar en la felicidad de otro tu propia felicidad . Gottfried Wilhelm Leibniz (1646-1716), filósofo, físico, jurista, político, matemático... y alemán. Es emocionante escuchar a un matemático hablar con ese aplomo del amor incondicional, del amor que se regala. He tocado la felicidad del otro, de ti, amor, he visto caracoles de madera en tus manos, caballos que hacen música sin saberlo para ti, "efes" que cantan pero no conocen la escritura, he oído palabras salir de tus ojos color miel, mi ángel, cuando pulsas las cuerdas de un corazón desafinado y hermoso, de un corazón con la nariz irritada de hacer snif y de lágrimas que se resbalan a veces para afuera, a veces para adentro... Dicen que Leibniz leyó Filebo y Platón le confió su secreta debilidad por las cosas pequeñas, por la sencillez. Mi ángel no conoce a Leibniz ni su metafísica de las sustancias simples. Las fresas son fresas, los lirios son lirios, y los besos tuyos son el alma de todas las estrellas. Mó

Harpa de hierba

Una chiquilla hundió los pies en la arena, en la mantequilla fresca de mi desayuno, en el molde húmedo todavía de mis pensamientos de madrugada. La chiquilla levantó la vista a la altura de la mía y, en ese momento, una ola llegó como una cucharada de azúcar. "¿Quién tú eres?": pronuncié, y sentí todo el miedo que salía de mi cuerpo con la pregunta. Quise quitármelo de golpe, y repetí "¿Quién tú eres? ¿quién tú eres? ¿quién tú eres?" muchísimas veces, más y más deprisa. La chiquilla bajó la mirada y metió la cabeza dentro del caparazón por un momento. Luego asomó una sonrisa traviesa y cómplice, y ya todo es desde siempre. Mi arena, nuestras voces, el viento y tu harpa de hierba. Algún día, también nos mudaremos a la copa de un árbol.

Ahora, sirena

Atrás dejo un valle de lágrimas vacío; un corazón sin esquinas que barrer; una boca seca, sin aliento; unos ojos perdidos en un espejo. Atrás abandono una lista de tequieros tachados, de teamos amarrados con cuerdas a la columna ensangrentada del Palacio de Pilatos. Me curo las manos, doloridas de acariciar la piel tuya llena de espinas. Donde habita el olvido... Con el curso de las semanas, el muerto ya fue sólo un cliente que había que borrar del listado de clientes, y cinco pedidos al año que a ver de dónde salen... Con el curso de las semanas, el cliente se quedó en los huesos, y quedaron a la vista, impúdicos, todos los besos que no había dado... Con el curso de las semanas, toda la ropa le fue tan holgada que su viuda la malvendió en el Rastro y ahora le hace apaño a un soldadito marinero que camina despacio por la plaza donde los chavales juegan; un soldadito que buscaba una sirena... Escucho tus notas y ya no hacen eco en mi castillo. Ahora el canto tuyo es un canto de sirena

Palangana bendita

"Y cuando vuelves hay fiesta en la cocina y bailes sin orquesta y ramos de rosas con espinas" "Lucas... Luuuuuuuuucas, agüita, Lucas". Agüita bendita, como en las palanganas de los templos, como en las catedrales y en las basílicas. Y Lucas acude, por dirección prohibida. Cua, cua. Agüita santa, me lavo las manos como Pilatos, los pies como los invitados a la cena en casa de Lázaro. Agüita limpia y fresca, como tus palabras llenas de pecados veniales y rimas, mojadas de corazones que se quedan en la garganta, en la mía. "Lucas, Luuuuuuucas, ven aquí, Lucas". Y Lucas se confía y te habla, con esa voz que por teléfono no dirías que es suya. Tal vez huele a nido, o a cielo o a estanque o a plumas de pata... Lucas, ay, Lucas... Gracias, Teide, montaña...

Renacuajos

Un, dos, tres, escondite inglés. Zapatos de tela, suela de goma, miles de piedras blancas y crujientes bajo los pies. Cris, cros, cris, cros. Piedra, papel o tijera. Una nube de algodón se agarra con cola blanca a un cielo azul de cera. Chof, chof. A la una salta mi mula. Charcos de recreo, renacuajos, lombrices y un gorrión despistado que pisó fuera del nido. Chof, chof. Un castillo, un tobogán, balcancín con la pintura desgastada y vistas a la luna. Loreto, Loreto de rayas se va de la mano de una profesora muy alta. Yo me quedo aquí al sol, esperando el siguiente cohete espacial.

Y sin embargo

Ella vino decidida con un cuchillo de hoja ancha. (Aprendiendo a volar sin mirar abajo). El cuchillo soy yo. Paso junto a ti con tiento, midiendo las distancias como un metro de platino de París, cuidando no rozarte, amarte sin tocarte, quererte sin que entres ni pases ni te quedes ni veas mi desván. ¿Aprendiendo a vivir en soledad? Él desapareció por la mañana sin dejar rastro en la almohada, ni en el espejo ni en el lavabo. (Aprendiendo a vivir absolutamente ahora). El espejo soy yo. Te contemplo a escondidas, frotando las palmas invisibles de mis párpados para que no notes el frío de mi cristal, el temblor de mi azogue quebrado; soñando con atraparte sin darte alcance, quererte sin que te pares ni te escondas ni me temas ni veas mis perlas desgastadas. ¿Aprendiendo a vivir con la soledad? Ella soltó las manos y cayó, lentamente, hasta cuándo... (Aprendiendo a correr con los ojos cerrados). La lentitud era yo. Soplo sin saberlo y vuelas como un puñado de pétalos arañados, borrando

Agosto

Agosto es como el tiempo de los pájaros, invisible, silencioso. ¿Dónde están los pájaros cuando no los necesito? ¿Dónde viven y dónde duermen? Agosto pasa de largo, casi de puntillas, como algunos pensamientos antiguos con los que ya tuve más de cien años de plática... De puntillas, ¡no lo entiendo! ¿Qué sentido tiene pasar de puntillas por un enorme escenario iluminado con miles de luces? ¿Delante de los ojos abiertos como bocas de todo ese público de mí que soy yo mismo? Algunas veces pensé en no volver a este agosto de mí. Algunas veces soñé con años de once meses, con mujeres de dos almas, con niños eternos... En cambio, sé, al final, que mi memoria es el infinito, que el dolor es la alegría, que mi alma es el alma de cada agosto por venir; sé que mis palabras hacen eco de repente cada mes, cada enero, cada junio con la miel, cada marzo con los pétalos y el olor verde, cada noviembre con la tierra quemada. Y espero, otro amor, otro agosto...

Tu mar, tu cielo

¿Quieres saber por qué he llorado? ¿Quieres saber, de veras, qué pasó? ¿Quieres saber por qué he llorado como nunca has visto a nadie llorar jamás? Pues mira al mar, mira al cielo, observa las heridas en las nubes y en las olas, mira cómo sangran luz roja, agua roja, lágrimas rojas. Bajo el firmamento, me despierto en el fondo de un pozo, y veo miles de barcos ensangrentados, cubiertos de de gente que se odia, como si no existiese la luz del día. Para ellos, la guerra y la lucha es lo importante; todo está lleno de hombres y mujeres feroces e inhumanos que no aprecian la vida... ¿Pero quieres saber de verdad por qué he llorado como nunca has visto a nadie llorar jamás?: porque en este mundo cruel y sórdido, en medio del odio y del horror, hay alguien que no cree en esta farsa, alguien que lleva en su corazón un mundo nuevo, alguien que ve la luz al final del pozo; porque hay alguien que Ama y va a empezar a vivir. Porque en este mundo cruel, existe un hombre que lucha por ser libre y

Que tengas un buen día, el mejor!

Sirena varada

Echas las cuentas de querer, sirena, y los números te salen temblones y asustados, rojos de vergüenza. La mosca tsé-tsé te ha picado en la comisura de los labios. ¿Por qué habrán caído tantas hojas este otoño en esa fuente de la Taconera, si ahí siguen los mismos árboles de cada año? Caminas borracha manteniendo el equilibrio de puntillas sobre las piedras que delimitan tu jardín de tulipanes. Me fijo en tus rodillas y en la forma del pliegue de tus codos. De vez en cuando, pones pie a tierra donde menos lo imaginaban tus cejas, pero no siempre está mi mano sosteniendo la tuya. ¿Por qué? Los pájaros son obstinados, no se callan nunca. Una luz hermosa calienta tu sangre marina desde algún rincón escondido de coral. Esta ensenada solitaria es un buen lugar para una sirena, ¿eso piensas? Toma mi aleta, sirena varada, agárrate de mi corazón naranja y nademos. Es momento de entornar los ojos y de recibir tu amor. Rebeca, gracias, valiente, por abrir la puerta.

Nubes rosas

Me sumerjo y encuentro, de mí, los diarios, y todo habla de ti. Qué delicia ahora que los sonidos no son sordos, qué delicia ahora que los pies levantan la arena del fondo del mar cuando bailamos claqué. Enormes nubes rosas me acomodan dulces. Mirando las perlas caigo en la cuenta, el Amor se sabe cuándo empieza, pero ¿acaso termina alguna vez?... Con el dedo hago círculos en la corriente y noto suaves las burbujas que se escapan hacia la luz. Y por supuesto salto dentro de una de ellas, una más brillante que habla de ti. Qué delicia ahora que floto dentro del agua sin tocar el agua, como un soplo de tu Corazón. Las nubes han salido a flote y reflejan el sol rojo, el cielo violeta; las nubes reflejan tus manos blancas, tiernas, amorosas batiéndose en el aire como mariposas improvisadas que dibujan un rastro serpenteante que se desvanece. Emerjo con lentitud y el viento me acaricia la cara. El Amor sabemos cuando empieza, y para siempre se queda aquí. La fortuna de vivir: gracias, desde

Despertar

Me atrapan dos estrellas luminosas, temblonas como un sentimiento a punto de rodar garganta abajo. Oscilan a la sombra de dos palmeras delicadas y suaves, peinadas hacia arriba por el viento dulce del océano de tu frente. Tu cielo inmenso ondea oscuro, cobijando aves soñadas de exóticos plumajes y sombras que vuelan con extraña belleza inexistente. Me ha distraido un rayo fugaz cuando cruzó entre mis ojos y tus estrellas. Estoy ciego por unos segundos. Cuando miro de nuevo, nubes esponjosas me provocan cosquillas en la nariz, como pensamientos de algodón. Achús, estornudo dos lágrimas y un suspiro; entonces abres el cofre que aún permanecía escondido bajo la arena de tu orilla; una esmeralda poderosa inunda de luz verde el Universo. Los ángeles sonríen y yo, ahora sí, sonrío y me quedo dormido.

Amor

El corazón marca los tiempos de una bachata rapidita, ay madre, bun bun bun cuatro. Aflojo en el cuello el nudo de la sonrisa y respiro como si fuese la última vez. Huelo a quemado y busco las llamas. A mi alrededor, ni rastro. Pero caray, es que las llamas soy yo. Me amo.

Acuérdate del pan

Esta mañana he visto pasar un ángel: acariciaba con sus alas las pestañas de cientos de estatuas de sal. Cuando se acercaba a mí, he cerrado mis ojos y un escalofrío se ha hecho hueco en algún lugar inexplorado entre mi espalda y mi corazón. "¡Socorro, el viendo se lleva las postales!", me susurra al oído alguien que ya no existe. Un beso con sabor a fresa me ha atrapado en su nimbo musical y ruedo sin impedirlo por la bocina de un camión; por las flores amarillas junto a la carretera; ruedo por la nariz de una madre que camina sin tocar el piso, agarrada a un trofeo como un globo a punto de escapar volando, con ella. Esta mañana he visto ojos que se inundaban quizás, gargantas temblando abrazadas a ese nudo de las cuerdas vocales debajo del cual la caída ya es libre hasta la tierra dura. El ángel sonreía y acariciaba las pestañas como una mariposa de seda. Al bajar los párpados, yo he sonreído también y alguien me ha abrazado muy despacio. Entonces he sabido que detrás de e

Tread softly

Hace más de diez años y menos de veinte, ángel de ojos tiernos, me regalaste este poema de Yeats, para siempre. Yo acaricié tus alas y te ofrecí una tuerca con su tornillo. Gracias. Un beso. Te quiero. Tread Softly by Heebok Lee Uploaded by Razorbuzz

Faro en llamas

Tu voz, ese saxo triste que oposita a funcionario de mis oídos anegados de palabras y barro. Renquea tu voz, como las gaviotas viejas y los cormoranes hambrientos encima de los barcos de regreso. ¿Cuándo me libraré de tu voz que no me habla? Como los corazones, de regreso, con las redes deshechas por las cuchillas del fondo del océano, tan suave y tan hermoso. El faro donde me escondo de tu voz, arde inexplicablemente en llamas en medio de las olas frías que rompen. Me quedo aquí, me gusta sentir este fuego y este frío, juntos, extraños pero juntos. ¿Qué dices, que moriré? Sin duda. Tú también, algún día. El tiempo es un capital que quiebra, como el dinero, como los besos y las caricias y los "tequieros".

Insoportable levedad

Resbalo, caigo en el lado oscuro del corazón: es una boca de lobo, un túnel sin Ernesto, un ángel ciego con las manos ensangrentadas. Los poemas aquí son como dentelladas sordas. Quiero morder los labios, gritar con la boca llena. Los brazos y las piernas se me hunden: ¿dónde?, no hago pie: respiro, no hago nada. Antes masticaba hastío, qué palabra tan benevolente. Pero tranquilo, no nos conoce: juez y parte tamizan la mejor cicuta. Mis yoes me esperan con tus yoes, y me gritan sin que pueda oírlos. Me enrabieto porque anhelo esos poemas que me clavan, esos dulces de leche materna y agria. Imagino esos cantos de sirena que se pierden sin Ulises entre las olas. Trago y cierro los puños. Entorno los ojos y dejo que el cielo, definitvamente, me aplaste. Sé que me lo permito porque sólo serán seis horas. Buenas noches.

En los huesos

Las paradojas de la vida, algo que he disfrutado siempre. Cuando se trata de la mía, las disfruto con cierta ironía y con suficiente autocompasión. Lo reconozco. El corazón lo tengo en los huesos, y el cuerpo, en cambio, gordo, recubierto de una gruesa capa de grasa; como si yo mismo fuera la píldora placebo de mi propia alma, que está ya hueca de tanto y tanto, como las nueces cuando se vuelven añejas o las almejas vacías. Por supuesto que noto suave el aleteo de mis ángeles, y me inundo de lágrimas en la misma curva una y otra vez. Paradojas de la vida, de la mía. Temo que un martillazo mal dado acabe cascando la nuez y el placebo quede al descubierto y en evidencia. Entonces, uff, entonces no tendré más remedio que hacer algo... o morir.

La vida como un sudoku

Estaba pensando que la vida es muy parecida a un sudoku, ¿te habías fijado? Pones las piezas aquí y allá, más o menos deprisa, o mejor dicho lo más deprisa que puedes (si eres lento, puede que seas tonto, ya me entiendes). Cuando escribes, aprietas el lápiz más o menos, según la certeza que tengas de que ese número va en esa casilla o no. Si se trata de corregir algún dígito, ya sabes por experiencia que nunca se borra del todo, siempre queda marca: ¡dita sea, por qué harán las hojas tan baratas? Y aunque te casen los recuadros, eternamente en tu interior vive la incertidumbre de si estará bien bien: siempre acecha la sombra de la solución a la vuelta de la página. Es como la vida misma. Y llegado el momento importante, cuando te has atascado tanto que ya no hay por donde arreglar aquello, puedes elegir: 1- Mirar la solución. Te fijas, borras esto y lo otro, página adelanta página atrás, pones los números que faltan y los dejas bien bonito. Y ¿cómo te sientes? IDIOTA. Sí. IDIOTA. 2- Co

Reflejos

Caminabas por tu calle solitaria cuando una enorme bola sin gravedad te atrapó en su interior y te trajo rodando y rebotando hasta el confín de la ciudad. La bola se detuvo suspendida en el aire, contigo en sus entrañas. Ver sí puedes, como a través de un cristal esmerilado, pero ningún sonido te alcanza. ¿Imaginabas que un confín sería de esta manera? Yo, no. Francamente lo esperaba terrible. Y ahora que has venido, gracias y ayúdame a desplazarlo otro kilómetro más allá. Tengo la corazonada de que estás bolas sin gravedad acabarán imantando tantas personas como sean necesarias. ¡Eh, oye, respira hondo, que te estás poniendo morada! Y mírate al espejo si has leído hasta aquí.

Corazón de números

¿Y qué va a ser de ti cuando se funda todo el hielo?, cuando la nieve sea una anécdota en los libros y tu corazón siga helado y solitario. ¿Y qué va a ser de ti cuando no queden gaviotas?, cuando las playas sean desiertos abrasadores y tu alma continúe quemando las plantas de los pies que pisan. ¿Y qué va a ser de ti cuando se agoten los números?, cuando ya nadie valga lo que tiene sino simplemente lo que es. Sí, ya lo escuché, tú piensas que para entonces estarás muerta. ¿Y qué va a ser de ti si nunca mueres?

Estrellas con eco

Hacía tanto tiempo que las letras se me caían por otros cajones... Pero esta noche una paloma mensajera vino hasta mi ventana con viento del sur. Traía en el pico palabras hermosas, sonidos con eco, hierba en las patas, estrellas y lunas en los ojos oscuros. Me supo a chocolate, a menta fresca también. Y sonrío a lo ancho, qué placer. Voces cantan suavemente y doy gracias por la canción. Qué chispas saltan de la lumbre, ¿recuerdas?, qué frías las paredes de cal y los techos tan altos, qué fresco el patio en verano. Todo está tranquilo allá. Tus manos vuelan, me gustan esos dedos tan expresivos e inquietos: parlanchines... El mar es tu espejo repetido. Gracias, Li.

Un descanso

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