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Mostrando entradas de septiembre, 2007

Mónadas

Amar es encontrar en la felicidad de otro tu propia felicidad . Gottfried Wilhelm Leibniz (1646-1716), filósofo, físico, jurista, político, matemático... y alemán. Es emocionante escuchar a un matemático hablar con ese aplomo del amor incondicional, del amor que se regala. He tocado la felicidad del otro, de ti, amor, he visto caracoles de madera en tus manos, caballos que hacen música sin saberlo para ti, "efes" que cantan pero no conocen la escritura, he oído palabras salir de tus ojos color miel, mi ángel, cuando pulsas las cuerdas de un corazón desafinado y hermoso, de un corazón con la nariz irritada de hacer snif y de lágrimas que se resbalan a veces para afuera, a veces para adentro... Dicen que Leibniz leyó Filebo y Platón le confió su secreta debilidad por las cosas pequeñas, por la sencillez. Mi ángel no conoce a Leibniz ni su metafísica de las sustancias simples. Las fresas son fresas, los lirios son lirios, y los besos tuyos son el alma de todas las estrellas. Mó

Harpa de hierba

Una chiquilla hundió los pies en la arena, en la mantequilla fresca de mi desayuno, en el molde húmedo todavía de mis pensamientos de madrugada. La chiquilla levantó la vista a la altura de la mía y, en ese momento, una ola llegó como una cucharada de azúcar. "¿Quién tú eres?": pronuncié, y sentí todo el miedo que salía de mi cuerpo con la pregunta. Quise quitármelo de golpe, y repetí "¿Quién tú eres? ¿quién tú eres? ¿quién tú eres?" muchísimas veces, más y más deprisa. La chiquilla bajó la mirada y metió la cabeza dentro del caparazón por un momento. Luego asomó una sonrisa traviesa y cómplice, y ya todo es desde siempre. Mi arena, nuestras voces, el viento y tu harpa de hierba. Algún día, también nos mudaremos a la copa de un árbol.

Ahora, sirena

Atrás dejo un valle de lágrimas vacío; un corazón sin esquinas que barrer; una boca seca, sin aliento; unos ojos perdidos en un espejo. Atrás abandono una lista de tequieros tachados, de teamos amarrados con cuerdas a la columna ensangrentada del Palacio de Pilatos. Me curo las manos, doloridas de acariciar la piel tuya llena de espinas. Donde habita el olvido... Con el curso de las semanas, el muerto ya fue sólo un cliente que había que borrar del listado de clientes, y cinco pedidos al año que a ver de dónde salen... Con el curso de las semanas, el cliente se quedó en los huesos, y quedaron a la vista, impúdicos, todos los besos que no había dado... Con el curso de las semanas, toda la ropa le fue tan holgada que su viuda la malvendió en el Rastro y ahora le hace apaño a un soldadito marinero que camina despacio por la plaza donde los chavales juegan; un soldadito que buscaba una sirena... Escucho tus notas y ya no hacen eco en mi castillo. Ahora el canto tuyo es un canto de sirena

Palangana bendita

"Y cuando vuelves hay fiesta en la cocina y bailes sin orquesta y ramos de rosas con espinas" "Lucas... Luuuuuuuuucas, agüita, Lucas". Agüita bendita, como en las palanganas de los templos, como en las catedrales y en las basílicas. Y Lucas acude, por dirección prohibida. Cua, cua. Agüita santa, me lavo las manos como Pilatos, los pies como los invitados a la cena en casa de Lázaro. Agüita limpia y fresca, como tus palabras llenas de pecados veniales y rimas, mojadas de corazones que se quedan en la garganta, en la mía. "Lucas, Luuuuuuucas, ven aquí, Lucas". Y Lucas se confía y te habla, con esa voz que por teléfono no dirías que es suya. Tal vez huele a nido, o a cielo o a estanque o a plumas de pata... Lucas, ay, Lucas... Gracias, Teide, montaña...

Renacuajos

Un, dos, tres, escondite inglés. Zapatos de tela, suela de goma, miles de piedras blancas y crujientes bajo los pies. Cris, cros, cris, cros. Piedra, papel o tijera. Una nube de algodón se agarra con cola blanca a un cielo azul de cera. Chof, chof. A la una salta mi mula. Charcos de recreo, renacuajos, lombrices y un gorrión despistado que pisó fuera del nido. Chof, chof. Un castillo, un tobogán, balcancín con la pintura desgastada y vistas a la luna. Loreto, Loreto de rayas se va de la mano de una profesora muy alta. Yo me quedo aquí al sol, esperando el siguiente cohete espacial.