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Mostrando entradas de agosto, 2007

Y sin embargo

Ella vino decidida con un cuchillo de hoja ancha. (Aprendiendo a volar sin mirar abajo). El cuchillo soy yo. Paso junto a ti con tiento, midiendo las distancias como un metro de platino de París, cuidando no rozarte, amarte sin tocarte, quererte sin que entres ni pases ni te quedes ni veas mi desván. ¿Aprendiendo a vivir en soledad? Él desapareció por la mañana sin dejar rastro en la almohada, ni en el espejo ni en el lavabo. (Aprendiendo a vivir absolutamente ahora). El espejo soy yo. Te contemplo a escondidas, frotando las palmas invisibles de mis párpados para que no notes el frío de mi cristal, el temblor de mi azogue quebrado; soñando con atraparte sin darte alcance, quererte sin que te pares ni te escondas ni me temas ni veas mis perlas desgastadas. ¿Aprendiendo a vivir con la soledad? Ella soltó las manos y cayó, lentamente, hasta cuándo... (Aprendiendo a correr con los ojos cerrados). La lentitud era yo. Soplo sin saberlo y vuelas como un puñado de pétalos arañados, borrando

Agosto

Agosto es como el tiempo de los pájaros, invisible, silencioso. ¿Dónde están los pájaros cuando no los necesito? ¿Dónde viven y dónde duermen? Agosto pasa de largo, casi de puntillas, como algunos pensamientos antiguos con los que ya tuve más de cien años de plática... De puntillas, ¡no lo entiendo! ¿Qué sentido tiene pasar de puntillas por un enorme escenario iluminado con miles de luces? ¿Delante de los ojos abiertos como bocas de todo ese público de mí que soy yo mismo? Algunas veces pensé en no volver a este agosto de mí. Algunas veces soñé con años de once meses, con mujeres de dos almas, con niños eternos... En cambio, sé, al final, que mi memoria es el infinito, que el dolor es la alegría, que mi alma es el alma de cada agosto por venir; sé que mis palabras hacen eco de repente cada mes, cada enero, cada junio con la miel, cada marzo con los pétalos y el olor verde, cada noviembre con la tierra quemada. Y espero, otro amor, otro agosto...