Pero si aún no he muerto

Cojo un carro que está suelto. No llevo monedas. Ahora cuento: un mes, 30 días, cinco raciones por día, 30 gramos por ración, son 150 gramos al día. Un paquete tiene 350 gramos netos, es decir, necesito cuatro kilos y medio al mes, unos 13 paquetes de 350. Ahora que sé cuantos necesito, cojo los 13 paquetes de cereales azucarados, uno a uno, y los voy colocando en mi carro, ordenadamente para que todos tengan sitio. Son los del tigre, mis preferidos.
Ahora calculo la leche. Ayer, dividiendo la altura de un cartón de leche en diez partes marcadas con un bolígrafo, medí 100 mililitros por cada tazón de cereales. Por tanto, cinco raciones al día por 30 días al mes, son 150 raciones, por 100 mililitros hacen 15 litros de leche. Prefiero que sea de soja. La de vaca es incompatible con mi grupo sanguíneo. Busco el pasillo de las leches especiales, y cojo 15 tetrabriks: seis, seis y tres. El hueco justo en el carro, con ciertos apuros. Ya está.
Me gusta el carro así: repleto de formas cuadrangulares que no desperdician ni un solo centímetro cúbico de volumen, todo casa en ángulo recto. Todo encaja. Justo al contrario que en la vida real (¿cuál es la vida real?). Tal vez por eso me hace tanta ilusión. ¿Qué otra explicación podría tener en mí este gusto por el paralelogramo?
Tengo todo lo que necesito para comer durante los próximos 30 días. Sólo me queda localizar el papel higiénico. Soy feliz. Estoy tan solo.
Ahora me separo unos metros del carro y me doy cuenta de que ahí dentro se puede echar de todo. Pero en cuanto te alejas un poco, sientes la dimensión y la muerte, y notas que necesitas mucha biodramina. ¡Pero si aún no he muerto! Qué locura. Qué extranjería. Por Dios.

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