Y sin embargo

Ella vino decidida con un cuchillo de hoja ancha. (Aprendiendo a volar sin mirar abajo). El cuchillo soy yo. Paso junto a ti con tiento, midiendo las distancias como un metro de platino de París, cuidando no rozarte, amarte sin tocarte, quererte sin que entres ni pases ni te quedes ni veas mi desván. ¿Aprendiendo a vivir en soledad?
Él desapareció por la mañana sin dejar rastro en la almohada, ni en el espejo ni en el lavabo. (Aprendiendo a vivir absolutamente ahora). El espejo soy yo. Te contemplo a escondidas, frotando las palmas invisibles de mis párpados para que no notes el frío de mi cristal, el temblor de mi azogue quebrado; soñando con atraparte sin darte alcance, quererte sin que te pares ni te escondas ni me temas ni veas mis perlas desgastadas. ¿Aprendiendo a vivir con la soledad?
Ella soltó las manos y cayó, lentamente, hasta cuándo...
(Aprendiendo a correr con los ojos cerrados). La lentitud era yo. Soplo sin saberlo y vuelas como un puñado de pétalos arañados, borrando las huellas usadas de tus ojos en mi tiempo, guardando bajo la alfombra añicos de cartas vacías, deshidratas al sol. ¿Aprendiendo a vivir de la soledad?

Tú sabes mejor que yo que hasta los huesos sólo calan los besos que no has dado. Dedicado a un saltamontes juguetón que pinta con sonrisas los sueños en cueros de una isla bendita.

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