Bueyes y cohetes

Emerson trabajó duro aquellos meses, más duro de lo que él había imaginado. Es difícil cambiar tu trabajo como mecánico de naves espaciales en la NASA por la vida de arriero de bueyes en una granja de Kentucky. Es casi como cambiarte de sexo, o casarte con tu hermana ex-monja. Pero Emerson es un tipo tenaz, y él lo hizo.

Las primeras semanas apenas dormía; lo encontrábamos despierto antes del alba, montando guardia en la puerta del establo, observando las estrellas. Después fue asumiendo lo más arduo, que no es otra cosa que la lentitud. La lentitud de los bueyes hace que hasta la más pequeña célula de tu cuerpo piense como los bueyes.

Al principio, a Emerson le pasaba factura la incercia de los cohetes, la resaca de la velocidad. Desde el segundo mes, comenzó a integrarse en el ritmo de la granja y le vimos comiendo maíz muchas veces. Y parecía que todo estaba ya en su sitio cuando, un mal día, de repente desapareció sin dejar rastro.

No sabemos nada de él; tampoco tenemos señas ni dirección, ninguna forma contacto. Sólo nos queda estar muy pendientes de los informativos de televisión cuando dan noticias de misiones espaciales: nos fijamos minuciosamente en las personas que salen en esos vídeos, por si entre ellas encontramos la cara seria de Emerson. Lo extrañamos. Le queríamos.

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