La vida como un sudoku

Estaba pensando que la vida es muy parecida a un sudoku, ¿te habías fijado? Pones las piezas aquí y allá, más o menos deprisa, o mejor dicho lo más deprisa que puedes (si eres lento, puede que seas tonto, ya me entiendes). Cuando escribes, aprietas el lápiz más o menos, según la certeza que tengas de que ese número va en esa casilla o no. Si se trata de corregir algún dígito, ya sabes por experiencia que nunca se borra del todo, siempre queda marca: ¡dita sea, por qué harán las hojas tan baratas? Y aunque te casen los recuadros, eternamente en tu interior vive la incertidumbre de si estará bien bien: siempre acecha la sombra de la solución a la vuelta de la página. Es como la vida misma. Y llegado el momento importante, cuando te has atascado tanto que ya no hay por donde arreglar aquello, puedes elegir:

1- Mirar la solución. Te fijas, borras esto y lo otro, página adelanta página atrás, pones los números que faltan y los dejas bien bonito. Y ¿cómo te sientes? IDIOTA. Sí. IDIOTA.

2- Coger la goma, borrar todo y empezar de nuevo (asumiendo que se quedan las marcas, claro). Y así una y otra vez, hasta que sale. Porque sale, aunque lleve una semana. Y ¿cómo te sientes? PODEROSO. Sí. PODEROSO.

A eso me refiero. La vida, como un sudoku.

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