Sirena varada

Echas las cuentas de querer, sirena, y los números te salen temblones y asustados, rojos de vergüenza. La mosca tsé-tsé te ha picado en la comisura de los labios. ¿Por qué habrán caído tantas hojas este otoño en esa fuente de la Taconera, si ahí siguen los mismos árboles de cada año? Caminas borracha manteniendo el equilibrio de puntillas sobre las piedras que delimitan tu jardín de tulipanes. Me fijo en tus rodillas y en la forma del pliegue de tus codos. De vez en cuando, pones pie a tierra donde menos lo imaginaban tus cejas, pero no siempre está mi mano sosteniendo la tuya. ¿Por qué? Los pájaros son obstinados, no se callan nunca. Una luz hermosa calienta tu sangre marina desde algún rincón escondido de coral. Esta ensenada solitaria es un buen lugar para una sirena, ¿eso piensas? Toma mi aleta, sirena varada, agárrate de mi corazón naranja y nademos. Es momento de entornar los ojos y de recibir tu amor. Rebeca, gracias, valiente, por abrir la puerta.

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