La vida de las mariposas

Fue de pronto. Para ella lo fue. En cuestión de un pestañeo -ella asegura que fue sólo uno- el bancal de las zanahorias estuvo cubierto por una nube de mariposas blancas. Terminaba junio, y las zanahorias estaban ya crecidas; era un día soleado, los robles tamizaban la luz dejándola posarse con suavidad entre claros y sombras. Para ella fue de pronto: quedó inmóvil, dulcemente raptada por el hilo de pensamientos con que aquellos seres brillantes tejían una ilusión de estrellas sobre el huerto. Sus mejillas se sonrojaron, y su corazón se aceleró como cuando ama. Buscó un recoveco y se escondió en su mente. Recordó que las mariposas adultas viven sólo un día. Recordó que seguramente llevarían un año entero dentro su capullo de seda preparándose para vivir el único día de su vida... En ese punto, sintió un vértigo, notó la fuerza de la gravedad y el mismo silencio que vive bajo el agua de las piscinas. Ella juraría que, en ese instante, las mariposas dejaron de aletear por un segundo. Pero pensó que un segundo es mucho tiempo cuando dispones de un solo día. Así que se levantó, sacudió sus alas y alzó el vuelo más hermoso que se pueda imaginar. Para mí lo fue.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Me encanta, corazón. Toda la luz y todo el amor que desprendes está ahí, en lo que escribes, en el vuelo de tus mariposas blancas... Gracias por tu sensibilidad.

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