Cientos de botellas

He despertado helada de frío y en alerta. Me incorporo a medias y lanzo una mirada frugal entre los visillos: amanece, el cielo se retuerce plomizo e inquieto. Estaba soñando con una playa salpicada de cientos de botellas, cada una con un mensaje en su interior. Había unos pescadores también, que bogaban desesperados contra la corriente rabiosa. Eran seis. Sin calzarme siquiera, en camisón, salgo aprisa de la cabaña. Tan sólo reparo en la bruma, y la aparto con un aspaviento. Camino sobre la arena hasta llegar a la línea de espuma. Oteo mi playa y la línea del horizonte sin éxito: no hay pescadores ni frascos a la vista. Únicamente llama mi atención un halo celeste que envuelve todo hoy. ¿Desde cuando está ahí? Lo sigo con la mirada un buen rato, hasta donde alcanzo, hasta donde alcanza mi mundo... Entonces noto cómo atravieso una delgada película de luz y caigo en la cuenta: mi mundo, mi vida entera está dentro de una gigantesca botella de cristal azul, que flota en el universo. Y, por arte de magia, comprendo.

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