El verbo xxxxx

Cazadores. Veo cazadores; es de noche aún. Beben café, licor y fuman sus cigarros en la fonda. La mayoría de ellos lucen bigotes. Y visten de verde. "Qué contradicción", pienso en silencio, "el verde esperanza también es el verde camuflaje". Más allá, desayuna la benemérita, también de verde, también ataviada con sus armas. Armas que xxxxx. Xxxxx. Verbo xxxxx. Escucho la conversación de los cazadores, y me topo con ese verbo, xxxxx. Reconozco que convergen factores que me alteran: tengo sueño, llevo horas al volante, y me cautiva toda esa nebulosa de vasos de cristal y superficies metálicas de las cantinas con aire warholiano; y luego está el frío, claro. Pero esto es real: acabo de descubrirlo, que yo no soy capaz de conjugarlo, de conjugar el verbo xxxxx, de viva voz. Me supera, me hiere: me avergënza. Y mucho menos si se trata de la primera persona del singular: yo xxxx. Es inviable, ahora lo sé, y estoy tranquilo. Me siento raro y orgulloso. Reflexiono, y concluyo la necesidad de revisar -bolígrafo en alto- mi diccionario de la rae: cuando lo compré, andaba inmerso en ser el hombre que tenía que ser; hoy día, siendo ya el que soy nada más, a ese diccionario le sobran muchas palabras. Es hora de tachar lo que ya no proceda.

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